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Todos los nombres

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Sobre la ilimitada capacidad de nombrar y el uso de los nombres propios

Una parte importante de nuestro vocabulario queda fuera del diccionario. Los nombres de personas, lugares, animales, empresas y otros objetos no están en el diccionario porque, en principio, carecen de significado (otra cosa es que el nombre propio coincida con un nombre común, ya sea Zapatero o Bush). No son conceptos genéricos sino nombres de realidades únicas: África, Apple, Chuchi (otra cosa es que pueda haber diferentes realidades únicas con el mismo nombre).

Los diccionarios son muy sensatos al dar solo entrada a los nombres comunes. El genio propio de las lenguas ya se encarga de limitar la creación de palabras a los conceptos que son mínimamente frecuentes o máximamente infrecuentes, como dice aforísticamente Jorge Wagensberg. Existe la palabra huérfano porque no es ni muy frecuente ni muy infrecuente, pero no existe una palabra para designar a quien ha perdido a su abuelo (demasiado frecuente) o a quien todavía no ha perdido a su bisabuelo (demasiado infrecuente). Pero, ¿qué limites hay para crear nombres propios?

Nadie tiene ni idea de cuántos nombres propios puede haber, incluso en una lengua concreta. Existe la hipótesis, no confirmada, de que conocemos más nombres propios que nombres comunes. Pudiera ser. Entre los residentes en España, según del Instituto Nacional de Estadística (INE), hay más de 25.000 nombres de varón y casi otros tantos de mujer (excluyendo aquellos tan raros que los llevan menos de 20 personas). Curiosear por la página web del INE dedicada a los nombres y apellidos de los residentes en España no tiene desperdicio.

Los nombres más frecuentes en España no son ninguna sorpresa: en varones, Antonio (765.138) y José (706.051), y en mujeres, María [del] Carmen (681.108) y María (668.112), aunque si se incluyen los nombres simples y los compuestos, más de la cuarta parte de las mujeres españolas se llaman María (6.424.495). Las perlas aparecen en la zona de los nombres raros: Víctor Jacinto, Venancio Jesús, Victoria Virginia o Ramona Simona, que sólo llevan una veintena de personas.

Entre los nombres más raros hay algunos en vías de extinción, dada la edad media de sus portadores. Hay solo 24 mujeres que se llaman Canuta (con una edad media de 80,9 años), y las 21 que se llaman Decorosa tienen de media 79 años. Entre los varones, por citar sólo un par, hay 32 que se llaman Progreso y 27 Euquerio, ambos con edades medias de más de 70. Abundio, con 702 hombres tocados por este nombre de pila, es otro de los que tienen una edad media más avanzada (72,3).

“Conoces el nombre que te dieron, no conoces el nombre que tienes”, reza la cita ficticia del ficticio Libro de las evidencias que abre la novela Todos los nombres de José Saramago. ¿Qué sabemos de los nombres propios? ¿Cómo se forman? ¿Qué factores determinan el nombre propio que damos a las personas y las cosas? Corre la historia de que en algunos países de Latinoamérica han hecho cierta fortuna nombres como Usnavy, Usmail, Yulaisi o Yulernin, pero sea o no cierta, ilustra muy bien la ilimitada capacidad de crear nombres propios. Y muestra también que toda esta parte importante de nuestro vocabulario sigue siendo una asignatura pendiente para la investigación lingüística y sociolingüística.

Foto: Aguarate / Flickr



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